“¿Dónde están los otros nueve?”

2015 11 11 08.18.29

El evangelio de este domingo vemos a Jesús que se dirige hacia Jerusalén, recorre Galilea y Samaría espacios conocidos por él. De camino diez hombres leprosos le gritan y suplican: “Jesús Maestro ten compasión de nosotros.”

Los invito a situarse en la escena de los diez leprosos, quienes eran impuros, la enfermedad los carcome y aísla de cualquier relación con los demás. La lepra no solo daña los tejidos del cuerpo, también los familiares, sociales y comunitarios. Provoca el aislamiento, deshumaniza y la muerte se manifiesta persistentemente en las heridas y podredumbre de la carne.

Jesús responde al llamado a la compasión de los diez hombres, y los envía a cumplir con el precepto de la Ley, “vayan a presentarse a los sacerdotes”. Hasta ahí parece una situación familiar, sin embargo, sorprende la actitud de un hombre y la reacción de Jesús.

Regresa es un hombre que es de origen samaritano; origen impuro que no se trataban con

los judíos, ese hombre regresó para agradecerle, y alaba a Dios por su acción sanadora no solo física sino de todo su ser persona, la salvación lo tocó en las palabras del Maestro. Y surge la pregunta central de Jesús: “¿Dónde están los otros nueve?”

Desde esta experiencia miro la Iglesia y la vida religiosa, somos esos diez leprosos que clamamos por misericordia, porque la podredumbre de relaciones abusivas y autoritarias nos han deshumanizado, provocando heridas profundas en las personas que como nosotros siguen al Maestro. Junto con ello, la lepra nos ha hecho olvidar el ideal Evangélico, y morimos llagados sosteniendo estructuras institucionales tanto eclesiales como congregacionales.

El evangelio nos interpela desde la experiencia del hombre samaritano, que se sabe impuro y necesitado de salvación, que comprendió que no se trata de cumplir la Ley por la Ley, sino que reconoce la acción salvífica de Dios y quiere agradecer al Maestro que ha tenido compasión de él.

Y la pregunta de “¿Dónde están los otros nueve?” cuestiona nuestra vida consagrada, nos preguntamos ¿qué pasó? ¿basta con cumplir con el rito?. Sin embargo, la lepra sigue instalada en nuestro ser, somos incapaces de sabernos salvados, sanados y necesitados de la compasión de Jesús. Incluso podemos decir: “tuvimos suerte, justo pasaba Jesús y nos sanó”.

Me surgen preguntas ¿Dónde estamos? ¿Qué nos impide volver para agradecer? Quizás hay otros nueves que nos dicen: “Para qué vas a regresar, si con presentarnos frente al sacerdote estamos listos y cumplimos con el precepto”.

El hombre samaritano nos muestra la necesidad de volver, no basta con descubrir que algo ha cambiado en nuestra historia e instituciones; volver significa que la costra que cubría el corazón y los sentidos ha desaparecido, la carne carcomida por la lepra ahora esta limpia y sana; hay que regresar como consagrados al Maestro para alabar a Dios que quiere sanarnos con una compasión que desborda. Hay que regresar porque la lepra puede volver y nos sabemos frágiles, somos vulnerables y necesitados de la acción salvífica.

Miremos nuestras comunidades, sus  llagas y podredumbre que daña todos nuestros tejidos impidiéndonos ser audaces en el anuncio de la Buena Nueva, y clamemos juntos y juntas al Maestro por compasión y volvamos como comunidad a alabar al Dios de la vida que nos va Vida en abundancia.

Para concluir les comparto un verso del poema “Un simple pobre hombre” del padre Esteban Gumucio ss.cc. Quien en la delicadeza de un verso nos muestra el asombro y la gratitud.

¿De dónde a mí que vengas, de dónde a mí?

Oí tu voz, sentí tu presencia

y todo era promesa y mañana de sol, Jesucristo, mi Señor.

Hna. Carolina Madariaga M.

Religiosa del Buen Pastor